Foto original extraída de: http://images.google.es/
Con este relato en prosa poética "Papel en blanco" he conseguido el Accesit del "XLIII Certamen Literario La Flor del Almendro" de La Fregeneda (Salamanca).
Amanece despacio esta mañana en la literalidad del papel en blanco. Se despereza el folio en su habitual costumbre, pero hoy bosteza hasta un aroma diferente, entre placentero y natural, sintiéndose más humano quizá, asomado a una postal de intimidad y pájaros, a un olor a campo de textura inasible; como si hasta su ancestral recuerdo de eucalipto herido, le llegara el aroma consciente de la flor temprana –blanca y limbo- que se acurruca de espesa neblina entre los árboles.
Él no lo sabe a ciencia cierta -papel apenas, dormilón y disperso- pero estoy seguro de que ha podido presentir que voy a garabatearle, sobre sus espaldas de prensada celulosa, la magia fronteriza con que se cuelgan de febrero los almendros.
Se hace húmedo su tacto entre mis manos, previniendo una lágrima de ternura o de lujuria, por la retrospectiva de sus dos centímetros de margen -párpados únicos- que le dotan de vida y sentimientos. Tiene alma este papel, os lo aseguro. Y está feliz ante la perspectiva de albergar en su vientre, albo y lúdico, la sensación de una palabra limpia que deambule sus calles invisibles, hablando –hoy como nunca- de la belleza intrínseca que es contemplar la paz de un campo verde, alfombrado de magia y poesía, remendado de muérdago; un campo acostumbrado a la imaginación que se hace flor de inercia en el desnudo añil de los almendros.
Amanece -sin prisa- un frío de febrero atemperado y cónico, al socaire de esta Tierra de Fresnos, rocío en blanca hilera, cobijando la luz que remienda sus campos de puntadas sin hilo, de botones y ojales, de corchetes y límites; y todo envuelto en un blanco silencioso, siempre blanco, pespunteado en el verde de sus verdes caminos; sucinta cremallera que aúna los perfiles de un mapa charro y luso, abrochando su piel engalanada de cielo fronterizo con alma milenaria de Abadengo.
Fluyo por el Duero a bordo de esta barcaza que me amó en Vega Terrón y me desamó en Oporto. Mientras El Águeda, envidioso, me mira por encima del hombro y se sonríe, con una mueca de curso despechado, de agua insolidaria y resentida, como haciéndome entender que fue mi condición de hombre, y no la suya de cauce, la razón de esta pena que hoy remansa mi agua en abandono.
Busco la magia entronizada en el regazo curvo de Las Arribes, donde rumiar la pena herida de mi hombría, donde enmendar mis ojos con sus cortados de estrépito. Jamás se supo nunca de hombre que no quisiera sentirse río, tan fiero y serpenteante, como el discurrir vital de esta andadura. Aunque por estas aguas, ya hembras, no ideara Machado en bautizarlas con nombre de mujer esbelta y curvilínea, que hubo de ser en la Soria de un Duero en adolescente esbozo cuando pensó en ungir su nombre con alma plateada. Pecado de juventud, probablemente. Que la naturaleza –si puede- se mienta y le perdone.
Fregeneda vivaz, labios en flor y boca de naranjo, mestiza y legendaria, concupiscente y niña. Campo abonado al tiempo del deseo, pechos de almendra, pétrea cintura y esbelto pubis florecido de calma.
Tierra de labor donde amasar trabajo y enraizar la flor de la esperanza, donde blandir septiembre en el vareo, donde entablar oficio y consolarse con la almendrada búsqueda del blanco, inasequible y único.
Y vuelve hasta el papel expectante la mano que pretende atesorar sin merma este imposible, que lo pretende al menos, buscando en el trasluz de una página web, de una foto hierática o de un golpe de memoria, el recuerdo improbable que le emerja hasta el almendro y sus conjuros, hasta sus flores y sus aromas, hasta esas tierras charras con nombre y apellido.
Pero todo es quimera. Que me absuelva el papel si me condeno al sur de la derrota. Porque esta mágica insistencia, en pos de la textura del blanco de la flor que endeuda a los almendros, sólo puede plasmarse con palabras cuando se comparte su paisaje de viva voz y en el lugar exacto de su existencia. Estar allí y sentir, y oler, y mirar, y admirar. Y luego -si se conservan fuerzas todavía- tratar de hablar del blanco desde este recodo blanco que endeuda al infinito.
Con este relato en prosa poética "Papel en blanco" he conseguido el Accesit del "XLIII Certamen Literario La Flor del Almendro" de La Fregeneda (Salamanca).
Amanece despacio esta mañana en la literalidad del papel en blanco. Se despereza el folio en su habitual costumbre, pero hoy bosteza hasta un aroma diferente, entre placentero y natural, sintiéndose más humano quizá, asomado a una postal de intimidad y pájaros, a un olor a campo de textura inasible; como si hasta su ancestral recuerdo de eucalipto herido, le llegara el aroma consciente de la flor temprana –blanca y limbo- que se acurruca de espesa neblina entre los árboles.
Él no lo sabe a ciencia cierta -papel apenas, dormilón y disperso- pero estoy seguro de que ha podido presentir que voy a garabatearle, sobre sus espaldas de prensada celulosa, la magia fronteriza con que se cuelgan de febrero los almendros.
Se hace húmedo su tacto entre mis manos, previniendo una lágrima de ternura o de lujuria, por la retrospectiva de sus dos centímetros de margen -párpados únicos- que le dotan de vida y sentimientos. Tiene alma este papel, os lo aseguro. Y está feliz ante la perspectiva de albergar en su vientre, albo y lúdico, la sensación de una palabra limpia que deambule sus calles invisibles, hablando –hoy como nunca- de la belleza intrínseca que es contemplar la paz de un campo verde, alfombrado de magia y poesía, remendado de muérdago; un campo acostumbrado a la imaginación que se hace flor de inercia en el desnudo añil de los almendros.
Amanece -sin prisa- un frío de febrero atemperado y cónico, al socaire de esta Tierra de Fresnos, rocío en blanca hilera, cobijando la luz que remienda sus campos de puntadas sin hilo, de botones y ojales, de corchetes y límites; y todo envuelto en un blanco silencioso, siempre blanco, pespunteado en el verde de sus verdes caminos; sucinta cremallera que aúna los perfiles de un mapa charro y luso, abrochando su piel engalanada de cielo fronterizo con alma milenaria de Abadengo.
Fluyo por el Duero a bordo de esta barcaza que me amó en Vega Terrón y me desamó en Oporto. Mientras El Águeda, envidioso, me mira por encima del hombro y se sonríe, con una mueca de curso despechado, de agua insolidaria y resentida, como haciéndome entender que fue mi condición de hombre, y no la suya de cauce, la razón de esta pena que hoy remansa mi agua en abandono.
Busco la magia entronizada en el regazo curvo de Las Arribes, donde rumiar la pena herida de mi hombría, donde enmendar mis ojos con sus cortados de estrépito. Jamás se supo nunca de hombre que no quisiera sentirse río, tan fiero y serpenteante, como el discurrir vital de esta andadura. Aunque por estas aguas, ya hembras, no ideara Machado en bautizarlas con nombre de mujer esbelta y curvilínea, que hubo de ser en la Soria de un Duero en adolescente esbozo cuando pensó en ungir su nombre con alma plateada. Pecado de juventud, probablemente. Que la naturaleza –si puede- se mienta y le perdone.
Fregeneda vivaz, labios en flor y boca de naranjo, mestiza y legendaria, concupiscente y niña. Campo abonado al tiempo del deseo, pechos de almendra, pétrea cintura y esbelto pubis florecido de calma.
Tierra de labor donde amasar trabajo y enraizar la flor de la esperanza, donde blandir septiembre en el vareo, donde entablar oficio y consolarse con la almendrada búsqueda del blanco, inasequible y único.
Y vuelve hasta el papel expectante la mano que pretende atesorar sin merma este imposible, que lo pretende al menos, buscando en el trasluz de una página web, de una foto hierática o de un golpe de memoria, el recuerdo improbable que le emerja hasta el almendro y sus conjuros, hasta sus flores y sus aromas, hasta esas tierras charras con nombre y apellido.
Pero todo es quimera. Que me absuelva el papel si me condeno al sur de la derrota. Porque esta mágica insistencia, en pos de la textura del blanco de la flor que endeuda a los almendros, sólo puede plasmarse con palabras cuando se comparte su paisaje de viva voz y en el lugar exacto de su existencia. Estar allí y sentir, y oler, y mirar, y admirar. Y luego -si se conservan fuerzas todavía- tratar de hablar del blanco desde este recodo blanco que endeuda al infinito.
8 comentarios:
Me ha gustado este relato en prosa poética... saludos de Ángeles (Flor de Mar).
Gracias María ángeles por tu paso y tu comentario amigo. Expresar sentimientos resulta facil cuando es la emoción la que nos viene a la boca. Hay momentos en que la naturaleza rebosa casi a la palabra, y uno de ellos es contemplar la belleza del almendro en flor. Vale la pena.
Un abrazo.
Siempre he mantenido que quien es buen escritor de poesía lo es también en prosa. Y lo mantengo. Después de leer tu trabajo no hay duda que a los éxitos cosechados se les unirán más pronto que tarde otros muchos reconocimientos y premios. Con un abrazo y mi enhorabuena.
Salud.
Gracis Julio por tu presencia en mis letras. Las palabras tienen la magia de permitir la comunicación entre las personas. Ver la forma de ubicarlas con peor o mejor gracia es un intento que me resulta grato. Hay deportes más sanos para la salud del cuerpo o más rentables para la salud del bolsillo. Pero a mí -hoy por hoy- me gusta este. Y en ese afan me busco. Lo de los premios y reconocimientos son ya harina de otro costal, aunque a cualquiera le gusta que le reconozcan al menos tu esfuerzo. Pero no es ésa la intención primera del gesto.
Un abrazo.
¡¡¡CUANTA BELLEZA ESCRITOR-POETA-!!!
ES UNA DELICIA PODER LEERTE.
UN ABRAZO DESDE ARGENTINA.
Siempre tendré que agradecer el poder leerte, así como el poder de la palabra, aunque se enmascare en metáforas y se embellezca en prosa o en poesía, siempre tendré que agradecer las lecturas, como esta tuya que le dan lenguaje a la vida y nos comunica con puentes sin distancias, con limitaciones, pero cercana.
Nunca me había atrevido a dejarte un comentario,hasta la semana pasada, es timidez y poca creencia en una misma, pero cuando siento la grandeza de la poesía y la humildad del poeta, entonces se me caen tardes enteras de lecturas, y tus poemas suelen estar en esas tardes, y puedo asegurarte que es hermoso ver caer la tarde desde tus letras y me colmo y calmo con ellas.
Mi agradecimiento sincero por todos los comentarios que has dejado en mi blog, que me han subido los colores y los ánimos.
Un abrazo y mi admiración a tus letras.
Gracias palabra anónima por dejar huella aquí de tu paso y tus sensaciones. El anonimato no es otra cosa que la prudencia de la voz, pero detrás de ella, se quedan en evidencia tus sentimientos. Y a mí, ya me vale así.
Un saludo.
Perdóname Isabel por no contestar antes a tu comentario. Pero no es nunca tarde para agradecerte el paso y la palabra, como lo hago aquí ahora. El atrevimiento no es peor que el silencio, ambos son matices del mismo estado de ánimo. Cuando son consecuencia de una lectura ambos son válidos, sólo que el dejar testimonio escrito de las sensaciones que ésta nos ha provocado, ayuda a quien escribe a entender si le llega a los demás y cómo. Pero lo verdaderamente importante es que quien lea se lleve algo puesto, aunque sea la obviedad del presuntuoso que escribe. Por eso la modestia siempre y el agradecimiento todo.
Un abrazo de gracias.
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